Yo también soy distrófico.
16.03.07 @ 13:21:29. Archivado en Vida Independiente
Como lo era Inmaculada Echevarría, la mujer con distrofia muscular progresiva de Granada, que murió al desconectarle la máquina que la permitía seguir respirando. Respeto total y absoluto a su decisión personal.
Únicamente reprocharles a estos “mandamales” de la Junta de Andalucía, que se han movido tan eficientemente para que Inmaculada cumpliera su deseo de morir, el por qué no hicieron algo –por poco que fuera- para que esta mujer hubiera tenido una vida digna. ¿Habría querido morir entonces? Siempre quedará la duda.
Yo, que también tengo distrofia muscular progresiva, opto por la vida y, a mis 47 años sigo empeñado en lograr la máxima dignidad.
La muerte de Inmaculada ocupa hoy –y viene ocupando desde tiempo- muchísimo protagonismo en los medios de comunicación. Los que queremos vivir apenas tenemos “cancha” en esos mismos medios para denunciar la discriminación continua a que nos vemos sometidos y reclamar los derechos humanos fundamentales que se nos niegan. La muerte vende más y mejor que la vida. Está claro.
En este momento, quiero explicar a la gente que ser distrófico no produce dolores, sufrimientos, ni situaciones lastimosas, tampoco provoca ganas de morir.
Ser distrófico es… reír o llorar, descojonarse con las melonadas de Gomaespuma, merendar con Pascual o con mi prima, escribir un e-mail o hablar por teléfono, salir con los amigos o ver el partido en la tele, tener éxito o fracasar, cagarse en tó si se estropea la silla eléctrica en el momento más inoportuno, gastar poco en zapatos, estar gordo o flaco, maldecir las escaleras, ser consciente de cómo los políticos toman el pelo a la ciudadanía, comer marisco, mirar a las churris en la playa, pasear por la calle, tener casi prohibido viajar en Renfe, ir al dentista a regañadientes, hacer la siesta, no poder rascarse la oreja, ir al cine, discutir con tu madre (me refiero a la mía), que te limpian el culo después de cagar, que te vistan y que te desvistan (aunque no sea con fines lujuriosos), ver los documentales de la dos, comprar enciclopedias que no lees pero que rellenan estanterías decorativas, no poder cortar la carne del plato, votar o no votar, etc., etc.
La distrofia puede ser muchísimas cosas, tantas como infinitas, unas son las mismas que para todo el mundo, otras específicas y muy genéricas, pero mi distrofia no es más dañina y perniciosa que esa otra distrofia política y social de negarnos los medios para hacer de nuestra vida, vida, prefiriendo siempre desconectarnos un respirador a devolvernos ese derecho a la vida digna.
Así que lo sepas, distrofia, hija de puta, que no puedes ni conmigo ni con mis ganas de vivir.
Ismael Lloréns Santamaría
jueves, 10 de mayo de 2007
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